Los fenómenos típicos de la adolescencia pueden entenderse mejor teniendo en cuenta los cambios que se producen a nivel cerebral en los adolescentes.

La adolescencia

La adolescencia es ese largo, complejo y, al mismo tiempo, extraordinario periodo de transición de la infancia a la edad adulta, caracterizado por numerosos cambios en diferentes ámbitos.

Esta fase de la vida sigue rodeada de mitos que la describen como un periodo oscuro e incontrolable debido a las hormonas desbocadas y a la falta de madurez.

Es cierto que los adolescentes suelen ser malhumorados, se comportan de forma extraña, aparentemente inadecuada, tienden a adoptar comportamientos de riesgo y se dejan llevar por el grupo de amigos. Las ciencias psicológicas y sociales han investigado las causas de estos comportamientos en los cambios hormonales y en el contexto cultural. Y durante muchos años se ha descrito al adolescente como sufridor, violento, antisocial, instado por los medios de comunicación y la televisión.

Las características de la adolescencia, que pueden ser un regalo y un reto al mismo tiempo, son exactamente lo que necesitamos como adultos para mantener la carga vital en nuestra existencia.

Hoy es posible dar al fenómeno de la adolescencia una explicación más compleja y completa, que también tiene en cuenta los cambios que se producen en el cerebro adolescente. Las recientes adquisiciones en el campo neurofisiológico y neurocientífico sobre el desarrollo cerebral muestran que hay razones neurológicas precisas detrás de los comportamientos típicos de la adolescencia.

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Tener en cuenta estos aspectos del crecimiento de los adolescentes nos permite no estigmatizarlos, establecer relaciones eficaces con ellos e invertir en sus cerebros, ya que son especialmente receptivos y plásticos durante esta fase.

Solo aventurándose al descubrimiento del cerebro es posible comprender plenamente las razones del comportamiento de los adolescentes y poder leerlos de forma más funcional.

Características mentales del adolescente

Los cambios cerebrales dan lugar a la aparición de cuatro características mentales: exploración creativa, mayor intensidad emocional, implicación social y búsqueda de novedades.

  • Exploración creativa: en la adolescencia la conquista del pensamiento formal permite al adolescente razonar de forma abstracta. Estas nuevas habilidades de pensamiento y razonamiento permiten a los adolescentes ser innovadores y creativos.
  • Mayor intensidad emocional: al mismo tiempo se produce una intensificación de las emociones que dan al adolescente la vitalidad propia de esta edad, pero que puede mantenerse durante toda la vida.
  • Participación social: los jóvenes experimentan con las habilidades y las relaciones. El grupo de iguales se convierte en algo fundamental: el adolescente crea su identidad a través del otro que se convierte en un espejo en el que revisar sus propios miedos y perplejidades. Los vínculos que se crean a esta edad podrían convertirse en una red de apoyo para todo el curso de la vida, al mismo tiempo, sin embargo, el chico podría tomar decisiones y comportamientos peligrosos solo para obtener la aprobación de los demás.
  • Búsqueda de la novedad: en la adolescencia, el impulso hacia la gratificación se hace fuerte. Y lo dirigen hacia el descubrimiento de nuevas experiencias que no excluyen el comportamiento de riesgo.

Cada una de estas características tiene aspectos positivos y negativos y puede implicar riesgos o beneficios en la vida del adolescente.

Cambios neurológicos y comportamiento de los adolescentes

Poda, mielinización y neuroplasticidad

Durante la adolescencia el cerebro se prepara para una profunda revolución. Los cambios estructurales y funcionales se producen en áreas cerebrales corticales y subcorticales a través de dos fenómenos: la poda sináptica y la mielinización. Estos procesos mejoran la eficacia del procesamiento de la información y la velocidad de comunicación de las neuronas.

Los seres humanos adultos tienen unos 85.000 millones de neuronas en el cerebro, y estas células se forman y deshacen constantemente, al igual que las llamadas sinapsis, o conexiones entre ellas. Desde el nacimiento, la materia gris y el volumen cerebral aumentan, alcanzando un pico de densidad al final de la infancia. El cerebro en esta etapa es rico en neuronas y sinapsis, pero estas están desordenadas y en exceso de lo que realmente se necesita. Para mantener la red cerebral organizada y eficiente, desde la preadolescencia hasta los veinte años se inicia un proceso llamado poda o poda sináptica, que elimina, al final de la adolescencia, el 50% de las sinapsis que se formaron durante la infancia, dejando las conexiones más importantes y eliminando las que ya no parecen necesarias. El cerebro adolescente reacciona a la forma en que centramos nuestra atención en las actividades que realizamos, seleccionando las sinapsis que más utilizamos. Cuanto más se utilicen los circuitos, y por tanto se activen, más se reforzarán; cuanto menos se utilicen, más probabilidades habrá de que se eliminen en la adolescencia. El resultado es que entre los 20 y los 25 años el volumen de materia gris habrá disminuido, el número de sinapsis se habrá reducido casi a la mitad, pero son más robustas, ordenadas y, por tanto, funcionales.

Parece una contradicción que en el momento en que una persona necesita el máximo de su potencia cerebral, sufra una reducción tan drástica de las conexiones nerviosas.

En realidad, es un fenómeno que sirve para mejorar la eficiencia, la agitación que se crea en el cerebro del adolescente tiene como objetivo el paso de un cerebro con muchas neuronas mal conectadas, a uno con menos neuronas, integradas en circuitos bien conectados.

Al mismo tiempo, en el cerebro adolescente se completa el desarrollo de la sustancia blanca, formada por fibras que conectan las zonas del cerebro y que están enriquecidas con mielina.

La mielina es una vaina aislante que recubre los axones (vías de comunicación) de las neuronas y mejora la eficacia de la conductividad neuronal haciendo más rápida la transmisión de mensajes. Durante la adolescencia, la cantidad de mielina casi se duplica en algunas regiones del cerebro, haciendo que la propagación de los mensajes nerviosos sea aún más rápida, como un tren de alta velocidad. Estos procesos, que implican a la materia gris y blanca, permiten un rápido crecimiento cognitivo. Este conocimiento tiene importantes repercusiones en la educación, la prevención y la intervención.

En este periodo de la vida, el cerebro experimenta un profundo proceso de reestructuración que lo hace especialmente adaptable y maleable, por lo que la adolescencia se denomina la segunda ventana de oportunidades. Es un momento del desarrollo en el que el cerebro está en su punto más plástico, preparado para recibir estímulos y responder de forma óptima.

Al mismo tiempo y debido a los mismos mecanismos de desarrollo cerebral, el cerebro adolescente es más frágil y vulnerable. La exposición a factores traumáticos o tóxicos puede tener fácilmente efectos negativos en esta etapa de la vida. Algunos estudios muestran, por ejemplo, un adelgazamiento de la corteza cerebral entre los adolescentes que abusan del alcohol. Un hallazgo que podría indicar una poda desfavorable o la inhibición de la multiplicación celular.

Corteza prefrontal y sistema límbico

Las diferentes partes del cerebro humano tienen diferentes ritmos de desarrollo durante el crecimiento. El córtex prefrontal, y en particular el dorsolateral, es la última zona cortical en alcanzar su espesor final, alrededor de los 30 años.

El lóbulo frontal es la porción más anterior del cerebro. Es mucho más grande en los seres humanos que en otras especies y es responsable de una serie de funciones cognitivas de alto nivel: las funciones ejecutivas. Nos permite razonar de forma crítica y juiciosa, controlar los impulsos e inhibir las actitudes inapropiadas, planificar eventos, tomar decisiones meditadas, definir prioridades y organizar pensamientos, y comprender las intenciones y el punto de vista de los demás. Todas estas son habilidades que parecen faltar en los adolescentes.

Las habilidades sociales también se perfeccionan en la adolescencia. Circuitos específicos del córtex prefrontal subtienden la empatía, es decir, la capacidad de sentir y reconocer las emociones de los demás, lo que nos permite predecir el comportamiento de los otros y tenerlo en cuenta en las relaciones interpersonales. Del mismo modo, también se desarrolla la capacidad de ponerse en el lugar de la otra persona y considerar su perspectiva. Por estas razones, los adolescentes tienen dificultades para tomar decisiones basadas en las emociones de los demás y para considerar puntos de vista diferentes a los suyos. En esencia, la última parte del cerebro en madurar es la implicada en aquellas habilidades consideradas más «maduras y racionales», útiles en particular en situaciones nuevas en las que el uso de comportamientos y habilidades rutinarias ya no es suficiente.

Por otro lado, en las áreas límbicas hay más actividad. El sistema límbico comprende una serie de estructuras subcorticales, entre ellas la amígdala, situada en la parte más profunda y antigua del telencéfalo, y es responsable de la regulación emocional y de las reacciones primitivas e instintivas. Esta evidencia explica los estallidos de ira, el comportamiento impulsivo y la montaña rusa emocional que experimentan los adolescentes.

Durante la adolescencia, el desarrollo del cerebro aún no se ha completado y no hay una comunicación eficaz entre las distintas regiones cerebrales, lo que puede permitir tomar decisiones sopesando la emoción y la razón.

Como resultado, las emociones pueden surgir de forma rápida e intensa, sin que las funciones ejecutivas (corteza prefrontal), que aún se están desarrollando, puedan «frenar» y actuar como reguladores. Por eso los adolescentes parecen regirse por la acción más que por la reflexión y por la emoción más que por la razón.

Ante esto, el adulto podría dar al niño un feedback honesto pero respetuoso, ayudarle a revisar lo que ha hecho para mejorar la próxima vez y razonar con él sobre posibles alternativas para resolver un problema, contribuyendo al desarrollo y evolución de las habilidades frontales.

El adulto debe ayudar al niño, hasta que sea capaz de hacerlo por sí mismo, cuando las áreas prefrontal y límbica estén bien integradas y coordinadas entre sí. No siempre este proceso de integración va bien. A veces saca a la luz vulnerabilidades del individuo que han estado latentes hasta ese momento. La falta de integración del cerebro tiene como consecuencia natural la reducción de la flexibilidad mental y la resiliencia, es decir, la capacidad de resistir y recuperarse de condiciones estresantes y difíciles.

La dopamina y el sistema de recompensa

El sistema límbico también está conectado con el núcleo accumbens y recibe proyecciones dopaminérgicas del cerebro medio, participando así en el sistema de recompensa.

Desde el punto de vista anatómico-funcional, el sistema de recompensa es una estructura compleja que se origina en los núcleos profundos del encéfalo y se distribuye en los centros cerebrales responsables del comportamiento motivacional y emocional.

Cada vez que se experimenta una gratificación, ya sea física o psicológica, el sistema de recompensa libera dopamina, un neurotransmisor muy potente que actúa como reforzador.

El circuito de recompensa empuja a adoptar y repetir aquellos comportamientos que dieron placer y desencadena el conocido mecanismo de la adicción.

Durante la adolescencia el nivel básico de dopamina es menor que el característico de otras edades, mientras que su liberación en relación con las experiencias realizadas es mayor. Los adolescentes se sienten fácilmente «aburridos» y buscan experiencias nuevas, estimulantes y excitantes, a menudo relacionadas con comportamientos de riesgo y capaces de provocar fuertes sensaciones.

El sistema de recompensa de los adolescentes es menos activo, por lo que necesitan experiencias más fuertes para sentirse plenamente recompensados, lo que les predispone a tener comportamientos de riesgo.

Una situación peligrosa o prohibida es muy deseable para los adolescentes porque la gratificación asociada a ella se percibe como mayor. Esta es la razón por la que los adolescentes, especialmente antes de los 16 años, adoptan conductas de riesgo y comportamientos insensatos. En contra de la creencia popular, los niños conocen los riesgos, pero necesitan que se les recuerden las consecuencias de ciertos comportamientos, porque no pueden resistirse a una conducta que les puede reportar una fuerte gratificación.

Lo que impulsa el comportamiento de los adolescentes no es únicamente la expectativa de recompensa, sino también la inmediatez, se dejan llevar por la búsqueda de placer, pero también por la impulsividad.

Los estudios conocidos como la prueba del malvavisco muestran cómo el sistema de autorregulación se desarrolla lentamente desde la infancia hasta la edad adulta. Estos estudios demuestran que, entre una gratificación pequeña e inmediata y una más grande pero retrasada, los niños eligen casi con seguridad la segunda, mientras que los adolescentes eligen casi con seguridad la primera.

Por tanto, los adolescentes no deciden sobre la base de lo que es correcto, sino sobre la base de lo que es más inmediatamente gratificante.

La aprobación del grupo de iguales es, obviamente, lo más satisfactorio que puede haber, por lo que las decisiones más peligrosas se toman en presencia de los compañeros (efecto par).

La mera presencia de los compañeros provoca descargas de dopamina comparables a las causadas por placeres más concretos como el sexo, el alcohol y las drogas.

Cuando el adolescente emprende acciones peligrosas sabe que está sobrepasando el límite, pero intenta de todos modos obtener la aprobación de sus compañeros, que tiene un valor mucho mayor que el riesgo.

Por consiguiente, los adolescentes que están predispuestos a la excitación del riesgo son especialmente emocionales, más propensos a la agresividad y a la impulsividad y con un sistema de frenado que aún no está desarrollado. El córtex prefrontal les permite hacer juicios y tomar decisiones evaluando la relación coste/beneficio, pero en los adolescentes esta área cerebral está todavía en construcción, por lo que la acción prevalece sobre la reflexión.

Cuando ocurre que el adolescente dice «no lo había pensado», no está mintiendo, ¡con frecuencia no lo ha pensado realmente!

El adolescente tiene la sensación de dominar el mundo. El placer de arriesgar, la conducción peligrosa, los encuentros frecuentes con riesgo y el consumo de drogas son comportamientos extremadamente atractivos. Una droga, tomada por pura curiosidad, por necesidad de reconocimiento, por impulsividad, por pura búsqueda de sensaciones emocionalmente fuertes, induce en el cerebro del adolescente una liberación de dopamina en cantidades considerables. Debido a los procesos descritos y a la neuroplasticidad de la que está dotado, el cerebro adolescente es muy frágil y vulnerable, lo que lo predispone al desarrollo de adicciones. Casi se puede hablar de una paradoja: el sistema de recompensa de los adolescentes básicos es menos activo, por lo que necesitan experiencias más fuertes para sentirse plenamente gratificados. Esto les predispone a realizar conductas de riesgo que permitan una mayor liberación de dopamina. Sin embargo, la liberación de dopamina actúa como un potente reforzador y puede dar lugar a una necesidad abrumadora de volver a ejecutar el comportamiento peligroso.

Es tranquilizador saber que, a medida que el córtex prefrontal madura, se desarrolla una nueva habilidad, la capacidad de control cognitivo, que permite contrarrestar el sistema de recompensa y crea un espacio mental de reflexión entre el impulso y la acción.

Entonces, ¿cómo ayudamos al adolescente?

Gracias también a la contribución de la neurociencia, el fenómeno de la adolescencia es cada vez más comprensible.

Los procesos de maduración cerebral hacen que en el cerebro adolescente el sistema límbico, responsable de la elaboración de la gratificación, el placer y los estados emocionales, tome el relevo, mientras que el córtex prefrontal (el sistema ejecutivo, de control y regulación) es todavía inmaduro y afronta, precisamente en la adolescencia, un proceso de profunda reestructuración. Debido a los procesos de poda sináptica y mielinización, el adolescente tiene un enorme potencial y la neuroplasticidad de su cerebro le permite aprender y ser creativo al más alto nivel. Al mismo tiempo, es como si viviera en una especie de torbellino emocional, en el que nada es relativo y todo se percibe de forma absoluta. Cualquier situación vivida, como un peligro, un choque o un fuerte estrés, determina reacciones emocionales instintivas que pasan por alto la evaluación racional de la situación. La ira es explosiva, la tristeza se convierte en desesperación, la alegría es pura euforia.

El proceso de toma de decisiones de los adolescentes está impulsado por la búsqueda de la gratificación inmediata, sin la capacidad de evaluar las alternativas y predecir las consecuencias futuras.

Es como si los adolescentes se encontraran conduciendo una potente y rápida máquina emocional con un pequeño sistema de frenado y con las piezas sin unir.

Esto explica su elevada reactividad emocional, su impulsividad, su infravaloración de los riesgos, su búsqueda de placer a corto plazo y su vulnerabilidad a las sustancias psicoactivas.

Debido a que el cerebro del adolescente aún está en proceso, las experiencias que realiza dejan consecuencias: por lo tanto, hay que responsabilizar al adolescente. Los errores que comete, por un lado, no deben ser excesivamente reprochados porque son necesarios para alcanzar la madurez y, por otro lado, deben ser interpretados con seriedad. Si un adolescente se expone a riesgos, debe saber que no es una aventura sino un acontecimiento que afecta a su cerebro para el resto de su vida.

La inmadurez de los controles cognitivos y la hipersensibilidad a las recompensas constituyen una vulnerabilidad al comportamiento de riesgo. Sin embargo, estos dos rasgos pueden representar poderosas palancas para actuar sobre el desarrollo de la capacidad de control del comportamiento.

En esta dirección, en contextos educativos y sociales, el uso inteligente de las recompensas puede prevenir la búsqueda del placer que ofrecen las sustancias y otras conductas de riesgo y puede promover la capacidad de controlar y regular la relación con las propias sustancias. Deberíamos trabajar en esta capacidad, en lugar de invertir exclusivamente en el ideal de alejamiento de las sustancias psicoactivas y de rechazo a su uso.

El deporte puede jugar un papel fundamental en este sentido. Como fuente de placer a bajo coste, es capaz de activar el sistema de recompensa cerebral y desarrollar las funciones cognitivas y ejecutivas. Pero también implicar en las relaciones sociales con los compañeros en un contexto menos rígido que la escuela: es capaz de ofrecer los elementos que más contribuyen a aumentar las capacidades adaptativas y de autorregulación.

Comprender las causas, también cerebrales, del hecho de que el adolescente comience de repente a comportarse de forma diferente a la del pasado, ayuda a no asustarse y evita adoptar intervenciones autoritarias que refuercen la rebeldía.

No solo eso, sino que también nos permite considerar los aspectos positivos del adolescente que, lleno de energía y dotado de un cerebro tan plástico, debe ser absolutamente animado a buscar la genialidad, la creatividad, incluso la impulsividad, como fuente de experiencia, guiándolo y permaneciendo cerca de él sin oponerse.

Juan Fernández-Rodríguez Labordeta

Autor: Juan Fernández-Rodríguez Labordeta

Psicólogo Sanitario y Psicoterapeuta de Tiempo Limitado. Con formación en EMDR. Cofundador de Terapéutica en Alza. Colabora con Aragón Radio y ha trabajado con familias y adolescentes en conflictos graves. Es parte del grupo de Recursos Artísticos para la intervención terapéutica del Colegio de psicólogos de Aragón. Además de ayudar a personas adultas, se especializa en el acoso escolar y trabaja en colaboración con entidades sociales de la infancia.

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