Los trastornos psicológicos no alcanzan únicamente a una persona, sino que pueden generar reacciones en el entorno que se acaben contaminando de emociones desajustadas y titánicas, dejando como resultado relaciones rotas o desgastadas.

Tanto en el caso de personas que padecen depresión como ansiedad, el impulso que sentimos sus allegados cuando presenciamos una crisis puede viajar entre el extremo de abalanzarnos al rescate (lanzando mensajes de ánimo, de valor, aconsejando) y dejarnos absorber como muestra de cercanía, hasta, por el otro lado, mostrarnos impasibles, minimizando la situación, tratando de no darle importancia para quitarle carga emocional e incluso ridiculizarla.

Ambas reacciones nacen de la desesperación por ayudar al otro sin saber cómo conseguirlo, y es aquí donde reside una de las claves, ya que la importancia está en desde dónde actuamos, y no tanto en el cómo actuar. Adoptar una posición de seguridad (que no calma) y paciencia nos ayudará a tomar mejores decisiones y transmitir mayor cercanía que si caemos en la necesidad de la urgencia.

He escuchado muchos relatos, tanto de pacientes como de gente cercana, en los que alguien se está consumiendo en una depresión o está pasando muy mala racha sin saber cómo ayudarle, y caen en esta trampa de confiar únicamente en la buena intención, perdiendo el horizonte sobre qué es lo adecuado en estas circunstancias. En este artículo señalaremos los aspectos que tenemos que tener en cuenta si decidimos ayudar a una persona que sufre psicológicamente, concretamente depresión. Aquí esta otra de las claves, ayudar no ha de ser un impulso ni una necesidad, sino una decisión.

Para ser ayudado hay que estar receptivo

Muchos de quienes leáis este artículo os habréis encontrado situaciones en las que tratando de ofrecer una mano a alguien, no solo la rechaza, sino que además responde de manera agresiva, explosiva y desagradable. Esto suele ocurrir porque en estados tan sensibles, las personas somos como minas emocionales y detonamos con una mínima presión.

Salvar el desencuentro

Tenemos que comenzar desde una distancia prudente, no para ayudar, sino para observar, escuchar y comprender algo básico, y es si esa persona va a permitir esa ayuda. Imaginemos que vamos a ayudar a reformar una casa, por mucho que su interior este en ruinas, no perderemos la costumbre de llamar a la puerta y esperar a que nos reciban, ya que si entramos sin permiso, la hostilidad será la primera respuesta que nos encontremos, y esto vale incluso entre amigos y familiares.

Por esa razón, también es un buen comienzo el preguntar, incluso lo aparentemente más absurdo, “¿quieres que me quede?”. Entendamos que actuar bien no implica que nos permitan ayudar. Dar la oportunidad de decidir sobre el malestar es uno de los mayores signos de respeto del ser humano.

¿Cómo acercarnos?

acercarse a una persona con depresión y ayudarla

Normalmente, cuando realizamos acercamientos desde el cariño y el respeto, la persona que sufre accede a esa comunicación, y ya podremos comenzar con las pequeñas acciones de ayuda. También es habitual que, aunque hayamos estado presentes en una crisis y consigamos calmar y aliviar, esa crisis se repita otro día. No os alarméis, los círculos viciosos forman parte de la enfermedad, sobre todo en la depresión crónica, no es culpa de nadie.

Cuando un/a paciente se encuentra en estado de recuperación, siempre relata en algún momento de la terapia quien fue esa persona que consiguió calmarla en esos momentos de devastación, por lo que estos gestos nunca son en vano.

Respetar los silencios

No sólo nosotros necesitamos distancia para entender que ocurre. Una persona en crisis depresiva necesita mucho tiempo y espacio para poder ordenar un poco todo lo que se ha derrumbado en su interior.

¿Cómo nos comunicamos?

Es importante entender que, si bien las palabras ayudan a transmitir, son una parte muy pequeña en la comunicación. Nuestro estado emocional, nuestra mirada, posición corporal, ritmo respiratorio, cercanía física… todos ellos representan reacciones químicas que se transmiten al otro, y pueden facilitar un clima de comprensión y calma, o al contrario.

Para comunicarse se puede hablar, o no

La complicación con la que nos podemos encontrar es que habitualmente queremos vencer el silencio, ya que el cerebro nunca esta callado. En nuestra sociedad está muy implantada la costumbre de que hay que hablar para comunicarse y se vuelve algo automático. En muchas ocasiones, si no hay nada que decir, ¿Para qué hablar? Si nos aceleramos y rompemos el silencio, es fácil que acabemos cometiendo el error de dar consejos y mensajes de ánimo inadecuados (“anímate”, “no es para tanto”, “ya lo superarás”, “tiempo al tiempo”). Si bien a una persona anímicamente sana no le supone mucho problema recibir estos mensajes, a quien sufre una depresión mayor le confirma en sus adentros que “nadie le entiende” y que “no es capaz de relacionarse”, hay que tener cuidado con lo que se dice.

Pensar más en el acto que en la palabra

Una vez estamos establecidos con quien sufre un estado depresivo y gozamos de un estado más receptivo, podemos empezar a pensar en el qué hacer. Es fundamental entender que la depresión lleva a quien la sufre a un estado de motivación anulada, no apetece nada, no desea nada. Si queréis saber más sobre síntomas depresivos, os remitimos nuestra publicación “Cómo saber si tengo depresión”.

El movimiento ha de estimularse con más movimiento

Siguiendo la explicación sobre la importancia de la comunicación no verbal, diremos que esperar un cambio por el hecho de repetir “levántate, hagamos algo”, “tienes que salir para recuperarte”, y demás variantes, nos llevará a una mayor frustración, y a una mayor desesperación de quien sufre la enfermedad.

Tomaremos una posición más cercana a la de dirigir que la de proponer

Siempre respetando sus decisiones al respecto. Cuando hablamos de una posición de dirección nos referimos a una en el que la confianza y la admiración prevalezcan. En el caso de una persona en estado depresivo, no va a poder seguir nuestro ritmo, eso solo llevaría al agotamiento de ambas partes y reforzaría el deseo de no querer intentarlo más. Tenemos que ser conscientes de hasta cuánto podemos tirar del hilo, y pensar en actividades cómo salir a dar un paseo, ir a tomar algo a una terraza, ir a un evento en la ciudad, etc. Si quien sufre la depresión decide acudir a tratamiento psicológico y accede a que le acompañemos, durante las primeras sesiones será un buen refuerzo para la curación.

Nuestra actitud contemplativa no cambia

En el momento de actividad, tenemos que permanecer con la misma actitud, la de simplemente estar, no esperar un cambio anímico repentino y todo se cure. La mirada, la observación, hay que mantenerla constante, ya que en ocasiones podemos pensar que si sale a la calle y realiza actividades cotidianas, ya se ha normalizado y se le puede exigir lo que a cualquier persona. Cuidado con esto, el hecho de salir suele ser un gran esfuerzo cuando hay sufrimiento psicológico y hay que valorarlo.

alguien con depresión

Cuando hay sospecha de suicidio, ¿Se puede hablar de ello?

Esta parte puede ser la más complicada con diferencia, y es que siempre tenemos el temor de que hablar sobre el suicidio es lo mismo que incitar a cometerlo. En primer lugar, nada más lejos de la realidad, hablar siempre ayuda, ya que si hay pensamientos suicidas, hay razones para esos pensamientos, y hablarlo no es sino una oportunidad para expresar el verdadero dolor, aquello que lleva al tormento.

Llama a un profesional de la psicología

Los pensamientos suicidas son indicativos de que una persona necesita ayuda psicológica. En el caso de que los detectes, recomendamos que te pongas en contacto con un profesional en esta materia. Aunque hablarlo puede calmar la situación, pueden esconderse los impulsos para emerger más tarde, y por ello es fundamental que sea un profesional quien se encargue de trabajar esta parte. Desde Terapéutica en Alza evaluamos caso por caso y personalizamos cada situación para llegar a la solución concreta más eficaz.

*El suicidio es un problema complejo y preocupante del que se puede hablar extensamente. Próximamente publicaremos un artículo al respecto en el que daremos información para comprender que le ocurre a una persona en esta situación, además de pautas de acción y mitos que se han generado en nuestra sociedad al respecto.

Reconocer cuándo alguien no nos necesita

Hasta ahora hablábamos de qué hacer por una persona que vive en un estado depresivo, sin caer en la cuenta de que hay ocasiones en las que no nos necesita, que quien sufre ya tiene gente a su lado que le acompaña en este proceso o incluso que, sin saber la razón, no nos haya pedido ayuda en ningún momento. ¿Qué hacemos al respecto?

Es nuestra responsabilidad ser consecuentes con nuestros actos y sentimientos. Reconocer que una persona no quiere conectar con nosotros forma parte de la vida que vivimos. Hacemos hincapié en esto porque a veces nuestro ego exige cosas que no son de su incumbencia, y hay que saber relativizar. Saber mantenernos en segundo plano también es una señal de respeto que mejora la convivencia, y previene el malestar de algunas relaciones rotas por estas causas.

En definitiva, cuando una persona cercana sufre de depresión tenemos que priorizar una actitud de escucha y acompañamiento, manteniendo la serenidad y evitando caer en el impulso de dar consejos e imponer nuestra opinión al respecto. Según sea la relación, una base de confianza permitirá que la persona se deje ayudar, o incluso declarar que no nos requiere para tal hazaña, ambas opciones sanas. Reconocer nuestro límite y el suyo es una forma de promover indirectamente la curación y no obstaculizarla.

Juan Fernández-Rodríguez Labordeta

Autor: Juan Fernández-Rodríguez Labordeta

Psicólogo Sanitario y Psicoterapeuta de Tiempo Limitado. Con formación en EMDR. Cofundador de Terapéutica en Alza. Colabora con Aragón Radio y ha trabajado con familias y adolescentes en conflictos graves. Es parte del grupo de Recursos Artísticos para la intervención terapéutica del Colegio de psicólogos de Aragón. Además de ayudar a personas adultas, se especializa en el acoso escolar y trabaja en colaboración con entidades sociales de la infancia.