El debate sobre la conciliación permanece a muchos niveles, situación que nos obliga a tomar decisiones para compaginar el trabajo con una convivencia sana en el terreno personal. Y es que no sólo es el ritmo de trabajo, sino nuestro sentimiento de ser capaces de mantenerlo, de tener valor, ser útiles y, a fin de cuentas, darle sentido a lo que estamos haciendo.

El estrés laboral, entendido como un exceso de tensión mantenida en el tiempo que supera nuestra capacidad de afrontamiento, nos exige fijar nuestro foco de atención en el trabajo aunque ya estemos en casa. Este problema afecta a gran parte de la población, haciendo de sus vidas una continua preocupación y dejando una sensación de inutilidad cada vez más pesada.

En el momento que este malestar se traslada al resto de espacios de nuestra vida, sin resolverse, no es de extrañar que: se generen conflictos familiares, se pierdan de vista nuestros objetivos vitales y nos olvidemos de nosotros mismos, que caigamos en conductas poco saludables como beber y/o fumar sin control, problemas de alimentación, de sueño, aislarse socialmente… y finalmente acabemos concertando cita en una consulta de psicología.

En este artículo señalaremos qué aspectos hay que tener en cuenta en nuestro trabajo para detectar un posible riesgo de estrés laboral, ese monstruo que acaba engullendo incluso el propósito por el cual trabajamos (sensación de éxito, familia, seguridad).

La demanda aumenta sin considerarnos

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La relación vertical entre trabajador-encargado es sumamente importante. Si la dinámica es a cada llamada, un proyecto, a cada jornada, más llamadas, mayor exigencia, “necesito esto para ayer”, acabarán trasladando esa presión del trabajo a casa.

Es habitual que en los procesos de adaptación a nuevos trabajos el tiempo dedicado no esté compensado con la eficacia, y es que en eso consiste adaptarse, permitirse aprender durante el tiempo que haga falta hasta que la realización sea más automática y metódica, viviendo el proceso de manera más sencilla y en menor tiempo.

Cuando parece que el proceso de adaptación es constante, es hora de tener en cuenta que esto nos generará problemas importantes.

Los límites de la relación laboral son difusos o inexistentes

Si, llegado el caso, nos llaman del trabajo a cualquier hora y atendemos esas peticiones, estamos reforzando un vínculo en el que nos transmiten implícitamente que nuestro tiempo no es importante y nosotros, aunque no lo queramos así, les damos la razón. Cuando normalizamos este tipo de relación, el conflicto está asegurado.

Adaptarse también requiere ser flexibles con nuestra disponibilidad y dedicar más horas de las que nos gustaría, pero en algún momento es necesario comunicar de manera asertiva que nuestra productividad no depende de nuestra entrega, sino de nuestra seriedad a la hora de desempeñar nuestra labor.

No hay valoración por el trabajo realizado

Mayor demanda, disponibilidad infinita, cero reconocimiento. Literalmente esto se llama abuso o explotación laboral. Normalmente quienes dirigen también viven en una presión constante para obtener resultados, y pueden caer en el error de posicionar al trabajador como un autómata cuya única función es realizar la tarea que se le ha encomendado y, por lo tanto, no es necesario considerar sus necesidades.

Hoy en día, por suerte, la psicología positiva, entre otras escuelas, se ha encargado de transmitir que el bienestar del trabajador y su reconocimiento legítimo son fundamentales para que se sienta parte de un sistema y por lo tanto, aporte su verdadero grano de arena. Cuando la nula valoración es constante, la sensación de hacer las cosas mal o de no ser suficiente la llevaremos con nosotros como una carga muy pesada, haciendo difícil conectar con lo que nos rodea y además, nos importa.

La relación entre compañeros es conflictiva o abusiva

El acoso laboral, al igual que el escolar, es uno de los grandes conflictos sociales en la actualidad. Aunque la relación se establezca entre adultos, la presión grupal funciona de la misma manera que en un colegio, con sus propias normas y estándares a cumplir para pertenecer al grupo.

Cuando el éxito se representa en la apariencia física, al menos agraciado se le aislará, cuando lo es la soberbia o el humor, a quien sea tímido o temeroso se le considerara en menor grado. El problema se hará grave cuando esas normas se hagan tan rígidas que lleguen a justificar un maltrato verbal, psicológico o incluso físico.

Los equipos que funcionan bien son aquellos en los que se valoran las capacidades y habilidades de cada miembro, reconociendo también sus defectos como algo normal, y no como algo que debe ser eliminado. Si se vive una situación de acoso laboral, se pueden llegar a desarrollar trastornos mentales graves que necesitan atención psicológica urgentemente.

Hay varios despidos a compañeros y pensamos que nos puede tocar a nosotros

Algo vivido con frecuencia durante la crisis, es que los ajustes una empresa implican seleccionar quien se queda y quien se va, dejando en una situación desesperante tanto a quien despiden como a quien se queda.

Cuando alguien percibe que “puede ser el siguiente” y necesita mantener su trabajo, la estrategia de afrontamiento se basará en hacer lo posible para que eso no ocurra, olvidando prioridades éticas y morales tanto con los demás como consigo mismo.

Esto es el principio de lo que se conoce como “síndrome del Burnout” o del Quemado, ya que el trabajador o la trabajadora vive con la constante amenaza de perderlo todo si no hace todo lo que sea necesario para mantenerlo, y eso acaba por consumir a cualquier persona. A raíz de esta dinámica, desarrollar trastornos de estrés agudo, postraumático, crisis de ansiedad o de depresión es solo cuestión de tiempo.

Nos olvidamos de porqué estamos ahí

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Independientemente de cuál de los problemas mencionados más arriba se desarrollen, o todos a la vez, una grave consecuencia es el riesgo de que todo deje de cobrar sentido, incluso el motivo por el que estemos trabajando.

Perder nuestra vocación, que los ingresos no tengan valor para nosotros, no poder dedicar un espacio a quien nos importa, incluso descubrir que nuestra relación afectiva se ha disipado, nos pone en situaciones complicadas en las que nuestras decisiones se pierden en una niebla donde nos cuesta encontrar el camino adecuado para solucionar nuestros problemas. Es importante considerar el apoyo externo para poder salir de un atolladero en el que nos encontramos perdidos, siendo una consulta psicológica un buen lugar donde comenzar.

Juan Fernández-Rodríguez Labordeta

Autor: Juan Fernández-Rodríguez Labordeta

Psicólogo Sanitario y Psicoterapeuta de Tiempo Limitado. Con formación en EMDR. Cofundador de Terapéutica en Alza. Colabora con Aragón Radio y ha trabajado con familias y adolescentes en conflictos graves. Es parte del grupo de Recursos Artísticos para la intervención terapéutica del Colegio de psicólogos de Aragón. Además de ayudar a personas adultas, se especializa en el acoso escolar y trabaja en colaboración con entidades sociales de la infancia.

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